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domingo, 11 de octubre de 2009

HISPANOFOBIA, ANTIESPAÑOLISMO Y LEYENDA NEGRA

En un reciente articulo, “Las relaciones entre Catalunya y el resto de España-La importancia del lenguaje”, su autor Joseba Arregui ex Consejero de Cultura del Gobierno vasco y ex dirigente del PNV exponía cuestiones que se deben precisar.
http://www.elperiodico.com/?idpublicacio_PK=46&idioma=CAS&t=1&idseccio_PK=1006

Destaco el subtitulo “la importancia del lenguaje” puesto que unos utilizan el lenguaje para ocultar la verdad de sus pensamientos y otros para que se conozca su verdad.

El propio lenguaje y los conceptos empleados demuestran que en los esquemas de su razonamiento se ocultan (voluntaria o deliberadamente) conceptos ideológicos sobre los que no coincidimos en su interpretación o definición y que nos obligaría a establecer un método de interpretación común para hacer posible entendernos:

-Respeto mutuo: aceptar la legitimidad de cada uno para reconocer e interpretar libremente la misma realidad. Es patente que la expresión “nacionalista” no se aplica igual para los nacionalistas autonómicos que para los “nacionalistas” estatales. (Los autonómicos siempre son progresistas aunque sean racistas, comunistas o de extrema derecha social y económica y los estatales siempre son franquistas y por tanto dictatoriales aunque sean anarquistas o liberales progresistas).

-Reconocimiento de la realidad empirica política (Leyes, Tratados, Instituciones, etc.) sin mezclar realidad con opinión o deseo. La C.E. fue aprobada mayoritariamente por el pueblo de Cataluña y es claro que su jerarquía legal es superior a cualquier otra ley y especialmente los estatutos de autonomía. Violentar esa jerarquía de legalidad es violentar el pacto soberano entre españoles incluidos los catalanes y por tanto confrontar con los catalanes leales a la vigencia de ese pacto.

-Puesta en común de la terminología y conceptos empleados: si uno quiere la separación de una parte del todo, es separatista y su contrario unionista; no se puede considerar los impuestos iguales en un estado democrático como “expolio” ni se pueden confundir “privilegios” fiscales con “derechos diferenciales”.

-No autoproclamarse representación colectiva para las que no se tiene legitimidad: pretender que las sociedades plurales por definición solo por decisión mayoritaria hablan con una sola voz es ignorar la raíz de los históricos conflictos civiles, sociales, dinásticos, económicos, religiosos, revolucionarios, raciales, etc. que han terminado en enfrentamientos violentos por imposiciones de ese tipo. (Cataluña tiene uno de los pasados de guerras y conflictos civiles más extensos de la península).

-Eliminar los tópicos y estereotipos sobre el oponente: ávaro-generoso, patriota-facha, catalán-charnego, botifler-seballut, solidario-explotador, etc.

Se podrían enumerar muchos más argumentos sobre la conveniencia de poner en claro y en común otros conceptos del lenguaje como terrorismo-violencia política, conflicto-guerra, asesinato-ejecución, criminal-soldado, solidaridad-caridad, igualdad-privilegio, etc. pero se escapa de este espacio.

De ese modo, Joseba Arregui cae en el mismo error que pretende combatir y así habla de “relaciones de Cataluña con el resto de España” cuando debería referirse a las relaciones de sectores de ciudadanos catalanes con sectores de ciudadanos españoles, situándolos al mismo nivel y con las mismas consideraciones de moderación o de extremismo.
Dice, “si no confundimos federalismo con confederalismo podremos llegar a entendernos sin negarnos mutuamente” simplificando la cuestión a la relación entre parte de los ciudadanos de una región y parte de los ciudadanos del resto, excluyendo a los ciudadanos españoles que no comparten ni el federalismo ni la confederación y por supuesto a los nacionalistas, independentistas y separatistas que solo considerán ese debate un proceso hacia la separación y la independencia. Tampoco se puede excluir a los unionistas y constitucionalistas catalanes. Esa claudicación ideológica no es exigible a ciudadanos libres que están amparados legalmente por el pacto constitucional, sin reformarlo, lo que supone una interpretación con abuso y por tanto violenta contra dichos ciudadanos, por la supresión de derechos que supone.

Aceptar como argumento político la catalanofobia para justificar la supuesta “desafección” de parte de los ciudadanos catalanes y convertirlo en argumento legitimo (Montilla dixit) habrá que aceptar que también existe la hispanofobia, el antiespañolismo y la leyenda negra, aceptada y utilizada históricamente como verdad absoluta y política por esos mismos ciudadanos catalanes que al resto nos discute nuestra legitimidad catalana como traidores o colaboracionistas, en lugar de leales a los acuerdos y pactos.

No es justo ni ecuánime aceptar las palabras de Montilla ( la voluntad de Cataluña es estar en España y la de aportar al desarrollo del conjunto) como verdadera expresión de su pensamiento y del nacionalismo al que representa su gobierno; solo expresa la no aceptación de la realidad política constitucional de una Cataluña integrada en España y de el deseo de una relación bilateral entre dos conjuntos no integrados; lo pone de manifiesto los posicionamiento del propio Montilla sobre el modelo de financiación autonómica (la falta de respeto también se da en el gobierno español) o sus declaraciones sobre la primacía de los intereses (de una parte de los catalanes) sobre el interés general de los españoles a que estaban obligados los diputados de obediencia catalanista. Eso es una clara declaración de deslealtad constitucional que anula el otro tipo de declaraciones.

Finalmente aceptar que existe un “problema con los catalanes” (como conjunto) y que dicho problema reside en el reconocimiento de una supuesta “diferencia” al margen de la excepción del bilingüismo, y que dicho reconocimiento se tiene que traducir en derechos políticos “diferenciales”, es aceptar sin discusión el lenguaje nacionalista y la ilegalidad de sus planteamientos. Supondría para muchos ciudadanos catalanes alejarnos de la sociedad moderna y como decía el profesor Sosa Wagner llevar a la sociedad española hacia un modelo medieval. Muchos catalanes no estamos de acuerdo ni vamos a aceptar la descalificación burda de nuestros planteamientos políticos ni la prioridad de nuestras lealtades.

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